Después de pasarse toda la noche de fiesta, mi hermana y su amiga lo habían dejado todo sucio y desordenado, por lo que quise avisar a mis padres. La jovencita quiso que me olvidase del tema y no me chivase, pero yo no le hice demasiado caso. Ella insistió y no me dejó en paz hasta acabar quitándome el teléfono y llegando a un acuerdo. A cambio de mi silencio, ella empezó a darme unas mamadas en la cocina y luego, fue a más quitándose las bragas y montando sobre mi polla como una condenada.